El día dos de mayo según lo previsto en agenda partimos con ilusión a conocer Islandia, soñando que a las seis y media de la tarde arribaríamos al aeropuerto de Reykiavik. Sin embargo, a esa hora estábamos tirados como “colillas” en el aeropuerto de Londres, sin saber a qué hora partiría nuestro avión, era el único con demora de los cientos que estaban anunciados en los paneles informativos, nos contaron que había tenido que regresar a Moscú por problemas técnicos. Y nosotros que habíamos prometido a la señora del alojamiento que no llegaríamos más tarde de las 22 horas, ya como algo excepcional,…¡ILUSOS!. No sé o no quiero recordar la de horas que estuvimos allí, ni a qué hora llegamos.
Al menos, habíamos sido previsores y
llevábamos alquilado el coche, vía internet , con una compañía cuyo nombre no
quiero publicitar, ni recordar. En fin, los pobres de la agencia de alquileres
estuvieron, a pesar de los pesares, esperándonos a la llegada, y eso que la
demora fue apoteósica. Nos trasladaron a sus oficinas a recoger el vehículo
junto con otra pareja de franceses. Y como la otra pareja llevaba un bebé les
atendieron antes a ellos, (lógico). Nos vimos en la obligación moral de
contactar telefónicamente con nuestro primer alojamiento, para explicarles que
nuestro check in era imprevisible en cuestión de horario, nos dijeron que nos
dejarían la puerta abierta y la llave con el nombre de nuestra habitación en el
recibidor. A todo esto, he de explicaros que teníamos contratada la noche con
desayuno en Borgarnes B&B, a unos 80 kilómetros y no en los alrededores de
Reykiavik, o sea que de momento íbamos haciendo panes como tortas o tortas como
panes,…. Es un decir
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