Hoy para mí, y especialmente para mis hijos, ha sido un día duro porque en la vida hay decisiones difíciles de tomar. Sabéis lo complicado que resulta ver que alguien, (ya sea animal racional o irracional), es decir, persona o animal de compañía, ver que te pide con la mirada o con su actitud que le ayudes a dormir eternamente para dejar de sufrir.
Hace un año y algunos meses, ví en mi padre esa suplica, sin hablar,
nos mostraba con su vista perdida el hecho de estar cansado de sufrir como
consecuencia de un cáncer de pulmón, sabiendo que nadie le devolvería su salud
de nuevo y que lo que le quedaba era todo un calvario, sé que se sentía como un
pez al cual alguien le ha sacado del
agua, y que a pesar de todo, los profesionales de oncología intentan infundir ánimos,
proporcionando alimento y todo tipo de “perrerías” médicas, mientras el pobre,
con plena capacidad mental, era consciente de encontrarse en el corredor de la
muerte. Y yo recordando, no paro de cuestionarme, ¿qué es más ético facilitar una inyección y provocar un dulce sueño, aunque
sea eterno, o seguir aplicando todo tipo de recursos dolorosos y vanos en un
intento desesperado de alargan una vida, sin calidad de la misma, que ya no
tiene remedio?
Pensé que nunca iba a tener que pasar por algo así, sin embargo,
aunque entre lágrimas, y aunque no sea comparable el caso de un padre con el de
una mascota, hemos tenido que elegir la eutanasia para la gata que formaba
parte de la familia desde hacía casi 12 años. Y ojalá hubiese podido hacer lo
mismo con mi padre.
Ahora que estamos en Semana Santa, recuerdo con especial tristeza el
“Vía Crucis” que sufrió mi padre
durante un año de quimioterapia, radioterapia, desesperaciones diurnas y nocturnas,
ingresos hospitalarios hasta que le llegó el momento de partir, con lo sencillo
que hubiese sido si no la eutanasia al menos el no alargar tanto el
sufrimiento.
Insisto, aunque no sean casos comparables, hoy he visto como “LUNA”,
nuestra gata, dormía en paz después de sufrir en silencio, victima del maldito
cáncer, sin querer comer desde más de 48
horas, escondiéndose de la luz, (con sus pupilas dilatadas), y esquivando
incluso las caricias de todos cuantos la queríamos, estoy segura que después de
visitar al veterinario nos agradecería si pudiese expresarlo que le hayamos
concluido su dolor.
Lamento que si algunos de los que podáis leer esto os lleve a
pensar en que soy un monstruo, sólo os digo que creo que es un acto de
generosidad, y que los únicos que perdemos somos los que nos quedamos aquí,
sabiendo que no recuperaremos a quienes tanto cariño, amor y comprensión nos
manifestaron.
Sólo pido que esta perorata, que pueda resultar pesada, para mí está
siendo terapia para “reponerme” y lo más importante quiero que esta entrada sea
un gran homenaje a esos animales de “compañía”
que lo dan todo a cambio de nada. Ya me gustaría a mí ver esto en todos los
humanos o que al menos se hacen llamar humanos.
¡HASTA SIEMPRE LUNA!, echaremos en falta tus caricias, refrotes y ronroneos.